Para algunos credos, el alma y el cuerpo son, a la vez que una misma entidad, dos partes perfectamente identificables. Hasta divisibles se podría decir.
Particularmente, considero que el espíritu tiene un potencial mucho mayor al que las ciencias naturales aceptan. Hay muchas facultades y características que escapan a la comprobación que posibilita el método científico. En mi opinión, esta concepción conservadora es algo completamente pasajero y que en un futuro será distinto.
Quiero aclarar que todo esto va más allá de creer en una religión o no. Como sabrán, la religión no es más que un conjunto de normas cuyo cumplimiento obligatorio viene dado por el temor a la sanción divina. Es decir, si no se cumple la norma religiosa, la sanción que ello conlleva es impuesta por dios y queda en cada creyente cumplirla o no, según su fe.
Bueno para no discurrir innecesariamente en temas que puedan llegar a ofender ya que cada uno es dueño de pensar y creer en lo que quiera -de hecho yo tengo mis propias creencias como sabrán-, a lo que voy es que hay veces que el alma no está donde debería o, más bien, que la conciencia se aparta del terreno físico donde se halla el cuerpo. Este es un relato que se me ocurrió en base a algunas experiencias personales. No tiene nada que ver con esoterismo, por ende, no teman aquellos que sean agnósticos o aquellos que sean creyentes incondicionales de alguna de las religiones de turno de este mundo moderno jajaja. Tiene que ver con lugares o situaciones que hacen que uno madure de golpe, o al menos, que el alma se renueve.
Algo en su mundo había cambiado. Pero no podía desentrañar que. Observaba las casas, los árboles y las baldosas mientras caminaba por las calles de su barrio y no lo descubría. Se detenía a pensar en las cosas que tenía que hacer, en sus responsabilidades, en los textos que tenía que estudiar para encontrar algo que se le olvidara y que pudiera ser fuente de su preocupación. Sin embargo seguía igual, sin hallar un horizonte a partir del cual descubrir qué le estaba pasando.
Iba de aquí para allá. Vivía, sí, pero con gran melancolía. Su sentido de la sensibilidad no se vio aumentado, maguer tampoco se vio disminuido. Simplemente, era distinto. Era más profundo y contemplativo. Podía conseguir prestar atención a detalles imperceptibles que anteriormente hubiese dejado pasar. Respiraba y sentía que sus pulmones se llenaban de aire como nunca antes. Había cambiado, eso era seguro.
No estaba muerto, por supuesto. Sus padres le hablaban durante el día y sus amigos seguían llamándolo para salir. En la facultad socializaba con la gente como siempre e iba a sacar sus fotocopias en el kiosco del primer piso como de costumbre. Saludaba al amable empleado del kiosco, quién ya lo conocía desde hacía mucho tiempo. Evidentemente, su mundo físico permanecía intacto. Pero algo no era lo mismo en su vida espiritual.
Uno de esos días, en los que la nostalgia de algún tiempo pasado y la melancolía de no entender que le estaba pasando lo abordaban tenazmente, iba conduciendo su auto por una muy transitada avenida. De pronto, ocurrió lo que nunca hubiese esperado. Un auto se desvía de su carril en una avenida de doble mano y colisiona de frente. Nada más recordó.
Abrió los ojos. Seguía vivo, o creía estarlo. Y estaba entero, podía mover todo su cuerpo. Se hallaba, no obstante, todo envuelto por cables y elementos de hospital. El cuarto tenía paredes formadas por pequeños azulejos azules, o al menos era lo que podía distinguir por la tenue iluminación de la habitación. Respiraba y el aire contaminado de la ciudad que recordaba dejó lugar al olor a desinfección típico de los hospitales. Aún ante su sorpresa -ya que no recordaba hasta el momento nada de lo ocurrido- no se desesperó. Y al rato, se volvió a dormir.
Despertó en algún momento, sin saber precisamente cuando. Todo estaba igual, excepto por una persona sentada al lado de su cama. Notaba que lo miraba detenidamente y que esbozaba una sonrisa pacífica, como paternal. Se hallaba vestido con ropas viejas: un chaleco gris de lana algo harapiento y un pantalón negro. Por debajo del chaleco solo se le veía una camiseta, que parecía que en algún momento hubiese sido blanca, y que ahora tenía un tono más oscuro. La cara del extraño sujeto denotaba el duro paso del tiempo, con un rostro lleno de arrugas y una barba blanca bastante crecida. Sin embargo, su rostro era lo único que estaba completamente pulcro y que desentonaba con el resto de su apariencia, ya que parecía como iluminado.
El accidentado se enderezó y, extrañado pero tranquilamente, le preguntó quien era.
- "Eso no importa mi querido amigo. Las presentaciones son innecesarias y excesivas hoy. Además no tengo mucho tiempo. En un rato, te volverás a dormir, y cuando despiertes estará la enfermera a la que tienes que llamarle la atención para que se de cuenta que estás despierto. Para todos, vos estás en coma con una importante lesión cerebral. Con los estudios posteriores, se darán cuenta que no hay ninguna lesión, y que fue todo un error de los médicos."
No podía salir de su asombro. Luego, el anciano siguió diciendo:
- "Sentís que algo no es lo mismo en tu vida. Muchas veces hay lugares, personas o situaciones que poseen una gran cantidad de energía. Y así como estos lugares, personas o situaciones emanan una energía muy particular, a su vez, requieren prestada la tuya propia a cambio. Es como si fuera una verdadera transfusión de energía. Eso te ha pasado. Una parte de tu alma ya no es más tuya. En realidad, una gran parte de ella. Esta se ha quedado para siempre en otro lugar, o con otra persona. Pero tenés que ver el lado positivo, ahora sos dueño de una nueva energía que tenés que aprender a utilizar. Sólo te resta encontrar la fuente de esa transfusión para completar tu evolución."
Seguidamente, se acercó al accidentado y lo abrazó. Él hizo lo mismo. Fue un abrazo muy cálido y fuerte. Pareció que hubiese durado una eternidad y, aún así, no deseaba soltarlo. Sentía como que conocía al anciano de toda la vida, como que realmente lo quería. Luego, el anciano se levantó y sin decir otra cosa que chau, se fue para siempre.
Tenía ganas de llorar de angustia y felicidad al mismo tiempo. Le sobrevino un sueño repentino, por lo que decidió recostarse y, sin haber pasado mucho tiempo, se quedó dormido.
Al despertarse, vio a la enfermera. Y todo pasó tal cual el anciano lo dijo.
No perdió su sensación de melancolía y nostalgia. Pero siguió confiando en lo que le había sido dicho en ese cuarto de hospital. Y estaba seguro que al tiempo encontraría la respuesta y podría empezar a aprovechar su alma renovada.
Particularmente, considero que el espíritu tiene un potencial mucho mayor al que las ciencias naturales aceptan. Hay muchas facultades y características que escapan a la comprobación que posibilita el método científico. En mi opinión, esta concepción conservadora es algo completamente pasajero y que en un futuro será distinto.
Quiero aclarar que todo esto va más allá de creer en una religión o no. Como sabrán, la religión no es más que un conjunto de normas cuyo cumplimiento obligatorio viene dado por el temor a la sanción divina. Es decir, si no se cumple la norma religiosa, la sanción que ello conlleva es impuesta por dios y queda en cada creyente cumplirla o no, según su fe.
Bueno para no discurrir innecesariamente en temas que puedan llegar a ofender ya que cada uno es dueño de pensar y creer en lo que quiera -de hecho yo tengo mis propias creencias como sabrán-, a lo que voy es que hay veces que el alma no está donde debería o, más bien, que la conciencia se aparta del terreno físico donde se halla el cuerpo. Este es un relato que se me ocurrió en base a algunas experiencias personales. No tiene nada que ver con esoterismo, por ende, no teman aquellos que sean agnósticos o aquellos que sean creyentes incondicionales de alguna de las religiones de turno de este mundo moderno jajaja. Tiene que ver con lugares o situaciones que hacen que uno madure de golpe, o al menos, que el alma se renueve.
Algo en su mundo había cambiado. Pero no podía desentrañar que. Observaba las casas, los árboles y las baldosas mientras caminaba por las calles de su barrio y no lo descubría. Se detenía a pensar en las cosas que tenía que hacer, en sus responsabilidades, en los textos que tenía que estudiar para encontrar algo que se le olvidara y que pudiera ser fuente de su preocupación. Sin embargo seguía igual, sin hallar un horizonte a partir del cual descubrir qué le estaba pasando.
Iba de aquí para allá. Vivía, sí, pero con gran melancolía. Su sentido de la sensibilidad no se vio aumentado, maguer tampoco se vio disminuido. Simplemente, era distinto. Era más profundo y contemplativo. Podía conseguir prestar atención a detalles imperceptibles que anteriormente hubiese dejado pasar. Respiraba y sentía que sus pulmones se llenaban de aire como nunca antes. Había cambiado, eso era seguro.
No estaba muerto, por supuesto. Sus padres le hablaban durante el día y sus amigos seguían llamándolo para salir. En la facultad socializaba con la gente como siempre e iba a sacar sus fotocopias en el kiosco del primer piso como de costumbre. Saludaba al amable empleado del kiosco, quién ya lo conocía desde hacía mucho tiempo. Evidentemente, su mundo físico permanecía intacto. Pero algo no era lo mismo en su vida espiritual.
Uno de esos días, en los que la nostalgia de algún tiempo pasado y la melancolía de no entender que le estaba pasando lo abordaban tenazmente, iba conduciendo su auto por una muy transitada avenida. De pronto, ocurrió lo que nunca hubiese esperado. Un auto se desvía de su carril en una avenida de doble mano y colisiona de frente. Nada más recordó.
Abrió los ojos. Seguía vivo, o creía estarlo. Y estaba entero, podía mover todo su cuerpo. Se hallaba, no obstante, todo envuelto por cables y elementos de hospital. El cuarto tenía paredes formadas por pequeños azulejos azules, o al menos era lo que podía distinguir por la tenue iluminación de la habitación. Respiraba y el aire contaminado de la ciudad que recordaba dejó lugar al olor a desinfección típico de los hospitales. Aún ante su sorpresa -ya que no recordaba hasta el momento nada de lo ocurrido- no se desesperó. Y al rato, se volvió a dormir.
Despertó en algún momento, sin saber precisamente cuando. Todo estaba igual, excepto por una persona sentada al lado de su cama. Notaba que lo miraba detenidamente y que esbozaba una sonrisa pacífica, como paternal. Se hallaba vestido con ropas viejas: un chaleco gris de lana algo harapiento y un pantalón negro. Por debajo del chaleco solo se le veía una camiseta, que parecía que en algún momento hubiese sido blanca, y que ahora tenía un tono más oscuro. La cara del extraño sujeto denotaba el duro paso del tiempo, con un rostro lleno de arrugas y una barba blanca bastante crecida. Sin embargo, su rostro era lo único que estaba completamente pulcro y que desentonaba con el resto de su apariencia, ya que parecía como iluminado.
El accidentado se enderezó y, extrañado pero tranquilamente, le preguntó quien era.
- "Eso no importa mi querido amigo. Las presentaciones son innecesarias y excesivas hoy. Además no tengo mucho tiempo. En un rato, te volverás a dormir, y cuando despiertes estará la enfermera a la que tienes que llamarle la atención para que se de cuenta que estás despierto. Para todos, vos estás en coma con una importante lesión cerebral. Con los estudios posteriores, se darán cuenta que no hay ninguna lesión, y que fue todo un error de los médicos."
No podía salir de su asombro. Luego, el anciano siguió diciendo:
- "Sentís que algo no es lo mismo en tu vida. Muchas veces hay lugares, personas o situaciones que poseen una gran cantidad de energía. Y así como estos lugares, personas o situaciones emanan una energía muy particular, a su vez, requieren prestada la tuya propia a cambio. Es como si fuera una verdadera transfusión de energía. Eso te ha pasado. Una parte de tu alma ya no es más tuya. En realidad, una gran parte de ella. Esta se ha quedado para siempre en otro lugar, o con otra persona. Pero tenés que ver el lado positivo, ahora sos dueño de una nueva energía que tenés que aprender a utilizar. Sólo te resta encontrar la fuente de esa transfusión para completar tu evolución."
Seguidamente, se acercó al accidentado y lo abrazó. Él hizo lo mismo. Fue un abrazo muy cálido y fuerte. Pareció que hubiese durado una eternidad y, aún así, no deseaba soltarlo. Sentía como que conocía al anciano de toda la vida, como que realmente lo quería. Luego, el anciano se levantó y sin decir otra cosa que chau, se fue para siempre.
Tenía ganas de llorar de angustia y felicidad al mismo tiempo. Le sobrevino un sueño repentino, por lo que decidió recostarse y, sin haber pasado mucho tiempo, se quedó dormido.
Al despertarse, vio a la enfermera. Y todo pasó tal cual el anciano lo dijo.
No perdió su sensación de melancolía y nostalgia. Pero siguió confiando en lo que le había sido dicho en ese cuarto de hospital. Y estaba seguro que al tiempo encontraría la respuesta y podría empezar a aprovechar su alma renovada.
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