miércoles, 11 de febrero de 2009

Retorno Interminable (parte XXIV)

Después de un largo tiempo, se encontraba de vuelta. El día era soleado y caluroso, lo cual lo hacía transpirar. Caminó por el patio lateral y rompió violentamente un vidrio de la casa. Tuvo que pisar las flores que se encontraban debajo de la misma para poder entrar. Fue destruir algunas vidas para intentar salvar un alma. De todas formas, no estaba seguro de que valiese la pena.

Se sentía un verdadero malviviente, casi un infame y una porquería de persona. De cualquier forma, no estaba del todo seguro, pero algo le decía que debía seguir adelante. La ventana daba a la cocina, estaba todo ordenando y limpio, como si nadie nunca hubiese cocinado allí. Los cuchillos se encontraban colocados en su lugar, y cada recipiente con especias bien guardado y cerrado, cada puerta de aluminio reluciente y la gran mesa de madera bien lustrada. Las sillas se encontraban simétricamente colocadas alrededor de la mesa. El piso de porcelanato era también reluciente, tanto que cualquier persona dudaría en pisarlo. Probó prender las luces y se dio cuenta que ninguna lámpara funcionaba. Un halo de angustia y desdicha saturaba el ambiente. O tal vez, era su corazón el que se sentía abrumado al ver que su temor se hacía realidad: la casa había sido abandonada.

Miraba hacia atrás y veía los vidrios rotos, como desencajando con la imagen perfecta de aquella cocina. Pero no se detuvo, siguió caminando y se dirigió a la escalera que conducía al piso superior donde se encontraban los dormitorios. Omitió mirar el resto de la casa. Tanto el gran salón de la entrada como la sala de estar pasaron inadvertidos para él. Subió por la escalera, larga como la recordaba, con interminables escalones. Al llegar arriba, fue hacia la izquierda hasta llegar al primer cuarto. Abrió lentamente la puerta. Una indescriptible sensación de temor y nostalgia lo acosaba. Su mente elaboraba miles de pensamientos, todos entremezclados y sin sentido alguno.

Era su habitación. Diez años habían pasado desde la última vez que estuvo allí. Y se sentía tan solo y tan viejo. Su débil alma no podía soportarlo, pero su cuerpo aún resistía la muerte. Se acostó en la cama, de la que solo quedaba el colchón. A su alrededor, las paredes blancas mostraban los evidentes signos del paso del tiempo, muy al contrario de lo que sucedía con la cocina y el resto de la impecable casa. Manchas de humedad, rajaduras y suciedad pululaban por doquier, acompañadas por una alfombra visiblemente rota y malgastada, como si esa habitación en particular hubiese sido discriminada de la labor de limpieza del resto de la residencia. Un olor a antigüedad colmaba el lugar, similar al que uno sentiría si entrase en una habitación llena de diarios viejos que no hubiese sido abierta por años.

Sin embargo, era su habitación y él no reclamaba nada que no fuera suyo. Pero la culpa aún lo perseguía. Y tantas muertes y destrucción solo buscaban acabar con él. Lo resistía, como siempre lo hizo y como lo hacía ahora. Aunque se preguntaba por cuanto tiempo su cuerpo resistiría lo que su alma ya no.

1 comentario:

  1. Una parte XXIV me hace suponer otras que le anteceden y suceden a ésta. O son sólo mis ganas de seguir leyendo más???
    Welcome Rod, here..there..everywhere!
    See U in Chicago!

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