martes, 17 de febrero de 2009

Retorno Interminable (parte IX)

Los cantos de los pájaros lo despertaron. Se sentía en paz, aunque no sabía bien porque. Salió de su dormitorio y se dirigió hacia la escalera que lo llevaría hasta la cocina en la planta baja.

- Todos deben estar ya desayunando- pensó. Sin embargo, eso no lo molestaba porque ya su familia sabía que odiaba ser despertado. Le gustaba dormir hasta que, espontáneamente, sus ojos se abrieran para no volver a cerrarse. Además, eran vacaciones. O al menos, eso creía.

En la cocina estaban Vittorio, Froilan, Ananda, Lucrecia y Máxima*. Vittorio se encontraba extremadamente concentrado en su desayuno por lo que apenas levantó la vista e hizo un gesto que podía ser interpretado como un saludo. El resto, casi a coro, lo saludó con un discreto "buenos días".

- Dale, apurate que ya se te va a enfriar el desayuno- le dijo Lucrecia

Aún tambaleándose por el sueño, se sentó en una de las sillas de la impecable cocina. A pesar de haber solo una ventana en el cuarto, la cocina estaba muy iluminada, y resaltaba más la envidiable pulcritud de la mesada, los pisos, las paredes y los muebles. Por debajo de la ventana había una gran mesada de mármol con un lavabo, que lindaba en un rincón con la heladera y en el otro rincón con la cocina. En el centro de la habitación estaba la imponente mesa de madera de roble.

- Nos vamos- dijo Froilan, y agarró a su hermana Ananda y partieron para ir a la escuela.

Lucrecia vio que el recién levantado buscaba algo en la mesa que no encontraba y le dijo:

- -No quedan facturas. Froilan y Ananda se las comieron todas- y agregó en broma: -Ya sabés que Vittorio no come esas cosas y que Máxima está a dieta, así que no los culpes- y se hechó a reír sola.

Terminó su café con leche, comió una tostada con jalea de naranja (ya que no tenía muchas opciones gracias a Froilan y Ananda) y se dirigió a la sala de estar. Agarró de la biblioteca un libro al azar -procurando que fuera uno que nunca hubiese leído- y después se sentó en el sofá que le parecía más cómodo. Había escogido "El Castillo" de Franz Kafka.

Los pensamiento le daban vueltas. No recordaba mucho el porque de los sucesos, pero se le hacía natural estar allí. La extraña paz matutina y la tranquilidad que poseía lo ponía feliz, aunque preocupado. Había vuelto hace una semana a su casa, tras un tiempo indefinido que él no podía determinar. Su familia le dijo que fueron 2 años los que estuvo desaparecido. Aunque él no se atrevía a asegurarlo. Todo en su mente desde hace más de una semana era oscuro, y sus recuerdos borrosos y confusos. Recordaba solo algunas cosas como la luz matinal del amanecer, fría y molesta, pegándole directo en sus ojos aún semi cerrados por el sueño. Recordaba también el dolor de golpes indescriptibles en todo su cuerpo. Y recordaba haber estado muy triste en un momento y muy furioso en otro.

De repente, una sensación espantosa se apoderó de él. Tuvo esa sensación horrible de cuando los nervios y las preocupaciones lo toman a uno por sopresa y hacen sentir el estómago revuelto. Recordó el disparo de un fusil directo en su vientre. Recordó haber muerto.

- Tengo algo para vos- le dijo Lucrecia, y lo besó profundamente.

Se alejó y volvió a la cocina para empezar su rutinaria limpieza de todos los días.

- Esta cocina debe estar brillante e impecable- gritó y subió el volumen de la radio, tras lo cual se puso a cantar horriblemente.

Aún sin entender bien nada de lo que estaba pasando, volvió a su libro para empezar a leerlo. Sin embargo, sintió la imperiosa e inentendible necesidad de empezar a leerlo por el capítulo XV, ya que, por algún motivo, sabía perfectamente lo que pasaba en la historia hasta ese punto.



* Gracias amiga del alma por los nombres!! (que nunca se me ocurrirían a mi jajaja)

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